Ícaro-Fénix
Tras de un amoroso lance,
y no de esperanza falto,
volé tan alto, tan alto,
que le di a la caza alcanze.
Así comienza un conocido poema de san Juan de la Cruz que bien podría describir la experiencia vital de cada uno de nosotros. La vida es en sí un amoroso lance que se apura con la ayuda de la esperanza. Cuando se es consciente de ello, se vuela tan alto, tan alto, que se percibe el amor en toda su plenitud.
Vivir es atesorar claroscuros, vaivenes y altibajos. Vivir es un maravilloso esfuerzo por conciliar los contrarios que conviven en nuestro corazón. Eso es volar alto. Eso es, en definitiva, dar alcance a la caza. La caza no es otra cosa que nuestro propio yo y la necesidad de diluirlo en la serenidad del nosotros. En ese instante los grumos del miedo se desenredan y el alma se expande hasta quedar deshabitada de circunstancias y accidentes.
Entonces no hay lugar para temer que se nos derrita la cera de las alas. Somos Ícaro saliendo del laberinto y volando tan alto tan alto que el sol fundirá cuanto nos sobre sin que caigamos al abismo. Y si caemos, reemprenderemos el vuelo transformando nuestro dolor en un nido de plantas aromáticas. El eneldo y el romero, el tomillo y el cilantro, la yerbabuena y la lavanda, el incienso y la albahaca, el cantueso y el astilbe se arracimarán para acoger la crisálida de la que renaceremos. Seremos el Ícaro-Fénix.
Vivir y morir es regar la conciencia con la imperturbabilidad de saberse eterno.